La historia es sucesión, movimiento; el hombre un “continuo deseando”. Quien, pretendiendo actualizar su voluntad, crea el movimiento, y quien así hace su historia.

Pensemos en una bicicleta, donde si no pedaleamos, caemos; o un trompo, que al dejar de girar pierde su esencia. Necesitamos el movimiento para definirnos, y necesitamos una fuerza para movernos. Esa fuerza es el deseo.

Cuando esto no ocurre, cuando nuestra capacidad de desear se ve reducida, caemos como la bicicleta o el trompo, y esto es lo que ocurre con la depresión, el desánimo, la apatía, eetc.

La vida no es nada en sí; sino lo que en ella ocurre. Hoy (solamente) no es nada, hoy es tu sonrisa por la mañana, un té caliente, un rayo de sol, un mar azul dominicano :)…¡Que ocurran cosas! He ahí el secreto, he ahí la vida. Hay que crear movimiento, deseo.

¿Cuál es la misión del coach, del motivador? Lo tengo claro: crear vida. Se trata de ilusionar, de crear deseo para que nos lancemos a actuar, para que “ocurran cosas” y así creemos vida.

Y existen dos vías para la motivación: aumentar la necesidad y/o hacer más atractiva la meta. Hoy quiero detenerme en la segunda.

No hay alguien que pueda osar decir que no le gusta la música clásica, o al menos no hasta que la haya escuchado en auténtica calma, a la luz de las velas o una chimenea, en soledad o de la mano de alguien que ama, el Ave María de Schubert en una voz soprano femenina. Esto es algo que ya sabía el gran Benjamin Zander, entusiasta como pocos, cuando consiguió hacer llorar a la audiencia con un preludio de Chopin enseñándonos que el éxito (la felicidad) “se mide en el número de ojos que brillan a tu alrededor”.

¿Cuál es la misión del coach, del motivador?

Lo tengo ahora más claro aún: mostrar la belleza de las cosas para crear vida.

Si bien obvio es que, por definición, amamos lo bello y placentero, y que por lo tanto lo deseamos, más clara es pues la receta para la buena motivación: Presentar al mundo las bellezas de la vida para que sean deseadas.

Vivimos en un mundo convaleciente, parcialmente enfermo. Y el diagnóstico se llama “desensibilización” por muchas causas que no puedo escribir sin aburrir a quienes me leen y con consecuencias que solo puedo metaforizar. Nuestros sentidos están dormidos o aislados. Los ojos miran al suelo de camino al trabajo, el ruido de la capital nos aleja del canto de los pajaros y sus luces esconden el cielo estrellado. La envidia nos impide admirar, la frustración abrazar y el rencor seguir adelante. No se puede amar lo que no se ve, y no sabemos ver.

Por eso el motivador es -o debe ser- líder. Una persona que vaya delante y vuelva para decirnos la belleza de lo que vio. Solo así desearemos seguirle.

Erich Fromm se preguntaba si el hombre era perezoso por naturaleza. Y aunque lo hizo como recurso literario para poder negarlo, no era vano plantearlo así, pues es lo que parece. No existe una pereza aprendida. Así como siempre decimos que la felicidad es el camino y no el destino, el hombre disfruta con la acción, con los hechos. Es con ella que “ocurren cosas”, es con ella que está vivo.

El motivador, además de líder es -o debe ser- un soñador. Los soñadores viven en el mundo de la posibilidad. En su misión de mostrar lo bello emite un aura de ilusión. Desgraciadamente, la palabra ilusión ha sido manchada con tintes negativos que lo asocian a mentira o fantasía utópica. Y no se trata de ilusionar en la mentira, sino de una ilusión basada en la posibilidad.

Quien me conoce ya sabe mi “enemistad” con los “realistas”. ¡Hay que rodearse de soñadores! Que nos cuenten lo que ven, que nos digan por qué sonríen tanto, por qué tienen tanta fuerza y si nosotros también podríamos tener un poquito de esa alegría de vivir… ¡Que compartan su secreto!

– No hay mayor enfermedad que la falta de deseo causado por la ceguera.

– No hay mejor medicina que el deseo, el amor, la pasión y saber contemplar la belleza de las cosas.

– No hay mejor doctor que quien despierta el deseo y es capaz de ver la belleza que nos rodea y compartirla. Y esta es nuestra responsabilidad -más allá de los cientos y cientos de libros de teoría que no está de más leer-